Paucis notus, paucioribus ignotus,
Hic jacet Democritus junior
Cui vitam dedit et mortem
Melancholia
Algunas palabras resultan
agradables al oído aun cuando se ignore su significado, otras contienen una
carga de emotividad impresionante y difícil de describir. Otras más tienen una
historia tan larga como la misma humanidad y nos acompañan donde quiera que
vayamos.
Fue Víctor
Hugo quien alguna vez dijo que la melancolía es el placer de estar triste ¿Es posible, acaso, que haya alguien
capaz de resistirse a ese placer? Todos llegamos a experimentar en carne propia
la congoja, el desconsuelo, el miedo y la aflicción al mismo tiempo. La sola
palabra invita a su padecimiento. La misma felicidad, cuando se consigue, no es
tan hermosa; más bien fastidia y cansa. En cambio, la melancolía resulta tan
plácida que abandonarla causa desazón.
La
cita en latín es una frase lapidaria: es el epitafio bajo el que descansa
Democritus Junior, sobrenombre de Robert Burton, hombre que dedicó su vida a la
melancolía y murió por ella. A él debemos todo un tratado, escrito en la época
del Renacimiento, sobre el tema.
Hay
un inconveniente, la melancolía ha sido tomada por la ciencia médica como
objeto de estudio. La palabra, de origen griego, tiene que ver con uno de los cuatro
líquidos corporales con los cuales Hipócrates explicaba las enfermedades y el
temperamento humanos: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Según esto,
la melancolía se debe al exceso de bilis negra. Se le ha catalogado también
como una enfermedad mental que se caracteriza por el retraimiento, el miedo y
la angustia combinados con la fatiga y
la inactividad física. En manos de la medicina la palabra y lo que ella denota
pierden seducción.
A pesar de todo esto -¡ánimo!- no hay motivos para preocuparse, la melancolía es inatrapable y los
médicos… ¡son tan dados a errar!
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